lunes, 18 de enero de 2016

Unas notas de Macedonio Fernández

Por Luis Junco

En Formas breves, una recopilación de textos del argentino Ricardo Piglia, hay varios artículos dedicados a la vida y obra de Macedonio Fernández. Todos me resultaron interesantes, pero me quedé con unas notas manuscritas que Piglia encontró anotadas en una edición de Una novela que comienza que había en la biblioteca de la facultad en donde impartía clases. Una de esas notas dice:

Son hombres pequeños (físicamente frágiles) (tachado y escrito arriba: esmirriados), como por ejemplo Raskólnikov, que pesaba 58 kilos, o Kant (1,60) o ese jockey japonés que vi una tarde en unas cuadreras en Lobos, con un impulso particular nacido mitad de vulcanismo y mitad de la apatía. En el campo de las relaciones sociales son perfectamente carentes de interés. Por lo común, son asaz tranquilos, elegantes y tranquilos, por cierto que no pueden llevar a término todo de una sola vez. Es necesario, dicen, saber ser lento, se debe saber callar. Válery, por ejemplo se mantuvo en silencio durante veinte años. Rilke no escribió ni un poema durante catorce años, después aparecieron las elegías de Duino.

Abajo y al costado:

Nada. El artista está solo, abandonado al silencio y al ridículo. Tiene la responsabilidad de sí mismo. Empiezan sus cosas y las lleva a término. Sigue una voz interna que nadie oye. Trabajan solos, los líricos; siempre trabaja solo, el lírico, porque en cada decenio viven siempre pocos grandes líricos (no más de tres o cuatro) dispersos en distintas naciones, poetizando en idiomas varios, por lo común desconocidos unos para los otros: esos phares, faros como los llaman los franceses, esas figuras que iluminan la llanura, los campos, por largo tiempo pero permanecen ellos en las tinieblas. (Es un decir de Gottfried Benn.)

Envejecen. Knut Hamsun vivió hasta los noventa y tres años pero terminó su vida en un hospicio. Interesante también Ricardo Husch, que vivió hasta los noventa y uno y se suicidó (Lagerlöf ochenta y dos, Voltaire ochenta y cuatro). Los viejos son peligrosos: completamente indiferentes al futuro. Atardeceres de la vida, ¡esos atardeceres de la vida! La mayor parte en la pobreza, con tos, encorvados, toxicómanos, borrachos, algunos incluso criminales, casi todos no casados, casi todos sin hijos, casi todos en el hospicio, casi todos ciegos, casi imitadores y farsantes.

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