jueves, 26 de junio de 2014

Escríbeme una foto y El delito de la lluvia, dos novelas

(Texto de la escritora Carmen Jimeno, en la presentación de las dos novelas en Málaga.)


Buenas tardes. Nos reunimos esta tarde para desafiar a los dioses ignorando la llamada del fútbol y presentar no una sino dos novelas, dos. Sí, claro, somos conscientes de que en esta que Mario Vargas Llosa llama “civilización del espectáculo”, esto es una chulería total, pero es que en este caso vamos sobrados.

 David Torrejón y Paloma González Rubio. Dos novelistas, una sola editorial, Ediciones de La Discreta, que en esta ocasión no ha querido hacer honor a su nombre y ha preferido llamar la atención de los lectores con el lanzamiento no simultáneo pero sí muy cercano en el tiempo (un mes de diferencia entre una y otra) de dos obras muy distintas pero con ciertas coincidencias. Ambas coinciden en género, novela; ambas otorgan una atención especial a la forma, lo cual se agradece mucho, y ambas hacen referencia a otras obras literarias hasta el punto de que una de ellas, El delito de la lluvia, aparece en la otra, Escríbeme una foto, en una suerte de homenaje cariñoso de David a su compañera de ruta literaria. Ambas están, además, protagonizadas por hombres que no saben vivir si no es a través de la ficción, pero sobre eso hablaremos después.
Aunque compartan editorial y coincidan en muchas cosas son dos autores claramente diferenciados así que iremos uno por uno. Voy a dejar de lado esa norma social de que “las mujeres primero” y voy a comenzar por David Torrejón acogiéndome a un criterio cronológico de quién publicó antes, y en este caso David se adelantó un mes a Paloma, de modo que comenzamos con Escríbeme una foto, de David Torrejón.

David Torrejón es periodista. También es madrileño, alto altísimo, jugador de baloncesto en sus ratos libres y aficionado a los coches; de hecho los coches le gustan tanto que su anterior novela, Tango para un copiloto herido, giraba en buena parte alrededor de una carrera, la Panamericana. Por cierto, esta novela la presentó en este mismo lugar, la librería Luces, de Málaga, hace unos cuatro años.

Para los que no le conozcan, hay que comenzar diciendo que David es un autor imprevisible. Los que le conocen ya saben que cada una de sus novelas es totalmente diferente a la anterior, tanto en su temática como en estilo, planteamiento... sí tienen siempre en común algunas cosas, por ejemplo Más lo siento yo como Mi querida Don Juan, o Tango para un copiloto herido despiden aroma a intriga y literatura. Y es que esto de la intriga le ha gustado siempre, desde sus primeros jugueteos literarios contando las andanzas del detective Artero.

 No voy a destripar el argumento, tranquilos que no habrá spoilers, pero sí voy a hacer un brevísimo resumen necesario para comentar los hallazgos y aciertos de esta novela. En Escríbeme una foto David cuenta el reto que el profesor de un taller literario lanza a sus alumnos: escribir un relato tomando como punto de partida una vieja fotografía. Sobre la capacidad del arte para estimular y motivar David Foster Wallace dijo que el desafío del escritor es enseñarle al lector que él (el lector) es más inteligente de lo que pensaba. Y esto David lo hace muy bien. Porque aparentemente se trata de un argumento sencillo, poco complicado, que como mucho puede ser un divertimento para que el autor haga un ejercicio de estilo, pero desde el principio el lector es consciente de que no va a ser así, de que las cosas no van a ser tan fáciles. Y efectivamente, David describe una foto que intriga al profesor (y al lector) hasta el punto de investigar sobre ella, seguir la pista de las personas que retrata, y meterse en sus vidas entrelazándolas con las fabulaciones que hacen sus alumnos y él mismo. La novela se convierte así en un juego de cajas chinas en las que cada relato contiene nuevas historias y ofrece claves para comprender tanto a los personajes como a las nuevas historias que se plantean. Es metaliteratura. Me gustaría retomar la idea inicial sobre la imprevisibilidad en la obra de David e incidir en ella, porque si cada novela de David es distinta a las demás, en ésta consigue que cada relato sea diferente a los demás, tanto en fondo como en forma. Y esto no es nada fácil. Estamos hartos de escuchar, y de comprobar, que cada escritor escribe siempre la misma novela. En el caso de David no ocurre esto. David escribe en cada ocasión una novela diferente, aunque como he dicho antes todas comparten algunas características que no sé muy bien si es que se le escapan o las va dejando como miguitas de pan para que nos lleven hasta él. Literatura. En las obras de David la literatura siempre está presente: otras obras, otros autores... En una ocasión a John Irving le preguntaron por qué en sus novelas la literatura aparecía de forma recurrente y él respondió que no entendía cómo no iba a estarlo si era algo que le rodeaba constantemente. En las obras de David la literatura se cuela también en todas sus formas, pero en esta última no sólo se cuela sino que se hace dueña de la situación, es la columna vertebral de la historia, la que dota de entidad a los personajes, sobre todo al personaje protagonista: un perdedor (otra característica en las novelas de David) que no sabe manejar su vida real y prefiere reescribirla, inventarla, modificarla.


Un perdedor, ya lo he dicho, ésta es otra característica en todas las novelas de David: los protagonistas de las novelas de David forman una galería de perdedores. Entrañables, sí, y dotados de un fino sentido del humor y de la ironía. Es quizá en ésta en la que el protagonista se hace más humano, se escuda menos en esa ironía, en ese sentido del humor, en ese reírse de todo y de todos, y hace un mayor ejercicio de introspección que le dota de una amargura de la que carecen personajes anteriores. Y esta amargura confiere mayor realidad al personaje, le hace más cercano que otros protagonistas de David, nos enseña sus descalabros emocionales, su desnortamiento, su confusión, le hace más parecido a cualquier lector.  En Escríbeme una foto todos son perdedores, no se salva ni un solo personaje, todos hacen aguas de una u otra manera; David no les libra de ningún defecto, no maquilla sus faltas. Pero tampoco carga las tintas en ellos, simplemente los presenta de una manera natural. Y lo hace con habilidad, creando personajes que inicialmente parecen arquetipos para ir después descubriendo sus características propias.

Por cierto, y como ya comenté al principio, en Escríbeme una foto David hace un guiño a Paloma González Rubio y la convierte tanto a ella como a su novela El delito de la lluvia en personajes. Y esta travesura es significativa porque ambas novelas comparten algunos rasgos, como la constante presencia de la literatura, de la escritura, y estar ambas protagonizadas por perdedores que no saben vivir si no es de mano de historias, aunque el protagonista de David sepa reescribir él su propia historia y el protagonista de Paloma necesite que sean otras personas, mujeres, las que lo hagan.

No quiero hablar mucho más, entre otras cosas por la premura del tiempo, así que me gustaría que David nos contara brevemente cómo y por qué se gestó esta novela. Luego ambos harán una lectura de un extracto de la obra, y nos dedicaremos después a El delito de la lluvia.



 El delito de la lluvia es la segunda novela publicada de Paloma González Rubio. En este caso se ha cumplido eso de que “los últimos serán los primeros” ya que El delito de la lluvia quedó
durmiendo en el cajón editorial hasta ahora mientras Epitafio veía la luz en 2010. En cualquier caso ambas obras forman parte de una trilogía de la que falta por publicar una tercera novela, y ambas cuentan con elementos comunes.

Lo primero, apuntar que Paloma González Rubio no es una autora complaciente para con el lector ni para con sus personajes. No es que no los quiera o no los cuide, sino que no les ahorra malos ratos ni quebraderos de cabeza. Además, sus protagonistas no son agradables, no resultan simpáticos al lector. No es que se trate de antihéroes o perdedores, porque estos en muchas ocasiones resultan entrañables, es que los personajes de Paloma se ganan la hostilidad del lector; son personajes de “tirillo en la nuca”, como Jean de Grenouille, el protagonista de El perfume. En Epitafio, por ejemplo, Paloma directamente planteaba qué ocurre cuando una persona pierde la amabilidad. Una mañana el protagonista, Manu, se despierta y se da cuenta de que ha perdido la amabilidad. No es un cambio tan espectacular como convertirse en un escarabajo, sino que es una pérdida sutil, en cierto modo imperceptible, de algo que quizá podríamos encuadrar en las características del género humano. Curioso, antes he mencionado a Jean de Grenouille, el cual es un monstruo por carecer del aroma personal; en el caso de Manu es algo todavía más sutil, por cuanto no se trata de algo sensorial, sino que se trata de la pérdida de la amabilidad. Partiendo de esta base la autora hace un análisis finísimo de introspección del protagonista y del resto de los personajes, porque esto afecta a todos los actores de la historia.

En El delito de la lluvia encontramos también un ejercicio de introspección de los protagonistas y casi únicos actores. Y plantea también un conflicto de límites: en una situación extrema, una situación en la que está asegurada nuestra impunidad, en la que no existen espectadores ni va a quedar nada de nuestra memoria: ¿cómo nos comportaríamos? ¿Seguiríamos las normas éticas, las convenciones sociales, o daríamos rienda suelta a nuestros más oscuros y terribles deseos? La conclusión es que en realidad nuestros pequeños delitos de lluvia no pueden ser juzgados como delitos pero nos convierten en delincuentes virtuales. Sé que ahora están preguntándose qué son los delitos de lluvia. Bueno, lo sabrán cuando lean la novela.

 Además de poco complaciente, Paloma coloca sus historias, hace vivir a sus personajes, en situaciones radicales. Totalmente. Ya he dicho antes que no me gusta destripar las novelas, pero es que hay cosas que es inevitable contar. El delito de la lluvia tiene lugar en el momento de un Apocalipsis. Así, directamente, sin más. Un Apocalipsis del que no sabemos la causa ni el por qué, entre otras cosas porque no nos hace falta, porque ese Apocalipsis es en cierto modo una anécdota, es simplemente la manera de aislar a los personajes para que se enfrenten con sus sentimientos, sus emociones, sus miedos, que es al fin y al cabo lo que a la autora le interesa contar, en lo que  quiere ahondar. Me da la sensación de que Paloma utiliza un escenario minimalista, incluso de acción, porque lo que quiere es colocar a los personajes uno frente al otro para bucear en ellos mismos. Me consta que como todos los escritores, Paloma es un poco vampiro y se va quedando con todo lo que escucha y ve, pero ella va más allá, da una vuelta de tuerca al vampirismo y procura quedarse también con el alma de los que hablan, con su mundo privado, y esto lo traslada a sus novelas, haciendo innecesario cualquier aditamento que no sean los propios personajes y sus palabras, como en una obra de teatro. Personajes que actúan no solamente cuando tienen público, personajes con huella, ¿qué somos cuando no nos ven?, ¿qué queda de nosotros cuando no estamos?, ¿nos merecemos la memoria por nuestros actos?, ¿vivimos de verdad, o solamente actuamos? Preguntas que Paloma no puede dejar de plantear en sus novelas.

Antes, cuando hablaba de Escríbeme una foto, decía que tenía elementos en común con El delito de la lluvia, entre ellos un protagonista perdedor que no sabe o no quiere gestionar su vida y prefiere construirse una vida de ficción. En este caso tenemos a Fabio, un antiguo policía que durante años ha sido la fuente de inspiración para las novelas de su pareja, y que decide abandonar el anonimato del personaje y manifestarse como el auténtico protagonista de dichas novelas. Y es un desastre, se da cuenta de que el Fabio real tiene menos entidad, menos “cuerpo”, incluso menos realidad, que el Fabio literario. Y en este momento de crisis se encuentra con Ángela, una lectora normal y corriente que utiliza la literatura para evadirse de su realidad. Ángela vive su vida de forma consciente, no tiene la cabeza en las nubes, pero utiliza la literatura para soñar otra vida.

 Alguna vez Paloma ha comentado que después de leer una novela de Coetzee fue tomando cuerpo la idea de que “la literatura puede no cambiar el mundo, pero sí puede cambiar una vida”, algo en lo que cree firmemente, y esto se refleja claramente en esta obra. Y como, aunque haga sufrir a sus personajes y no les ahorre ni un dolor, les quiere, les ofrece esta redención por la literatura y la ficción. Ante esto ambos personajes reaccionan de manera totalmente distinta. Ángela, que en un principio se nos presenta como una mujer totalmente anodina, poco glamourosa, insulsa, incluso antipática y desagradable, nos va ofreciendo poco a poco nuevas facetas, y sorprende al lector tomando las riendas de su propia salvación. Ángela decide reescribir su vida. En cambio Fabio, que huía de la invención que de él había hecho su mujer (una escritora famosa, guapa, una mujer ideal y estupenda) prefiere plegarse a la ficción que inventa Ángela. Pasa de la ficción de una mujer a la ficción de otra, no es capaz de construirse su propia historia.
Y un final sorprendente que no debería serlo por puro lógico. 

Un final que no cierra los interrogantes, al contrario, que hace que el lector continúe navegando en un mar de emociones e incertidumbres, esta vez propias.


                                                                                  Carmen Jimeno, escritora.

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