jueves, 27 de junio de 2013

El río de las maravillas, de Sigurd Sternvall

Cómo nos fascinan estos libros encontrados al azar en un tablero de Moyano y que leemos con la esperanza de encontrar historias de aquellas que gustaban a Cunqueiro. Este El río de las maravillas, de Sigurd Sternvall, editado por Seix Barral en el año 1941, cuenta un recorrido por un gigante de los ríos, el Yangtsekiang, desde su desembocadura hasta donde deja de ser navegable. Y no nos decepciona. El autor, un sueco que trabajó para el departamento de aduanas del gobierno chino, y que navegó en muchas ocasiones por las costas y los ríos chinos, nos va contando sin énfasis noticias que demuestran que el mundo es maravilloso.

Cuenta, por ejemplo, que el Yangtse es un gran excavador y ha alcanzado yacimientos muy profundos de diversos minerales. En algunas islas de ese río enorme hay manantiales de agua salada que los aborígenes ponen a hervir para obtener sal, muy apreciada entre los chinos. Pero para hervirla necesitan combustible y hace mucho tiempo que en esas islas ya no hay vegetación. A cambio hay yacimientos de gas natural, que los naturales emplean como mecheros. Algunos de esos pozos de gas llevan ardiendo ininterrumpidamente más de mil años, quizá varios milenios.


A veces, durante la travesía, se cruzan con balsas gigantescas, en las que viajan más de cien personas, familias enteras con sus animales y todas sus posesiones. Auténticos pueblos flotantes.

Los territorios que atraviesan están infestados de bandidos y de piratas, que les disparan varias veces desde la orilla (llegan a matar a dos pasajeros). La tripulación repele los disparos y matan a unos cuantos bandidos. Cuenta que la gran ilusión de los piratas y de los bandidos es salir en sellos y en carteles. En uno de esos enfrentamientos llegan a liberar un barco en el que hay prisioneros a los que los piratas han ido amputando dedos, manos, pies, orejas, para pedir rescates, y ya apenas quedan apéndices que cortar y nadie se decide a rescatarlos.

En los rápidos el agua baja con tal fuerza que el motor del barco, funcionando a toda máquina, no puede remontar, ni siquiera ayudándose de cables de acero que fijan a la orilla y que intentan enrollar en los cabrestantes. Necesita la ayuda de los cientos de sirgadores que acechan en ambas orillas y ofrecen sus servicios para tirar de largas sogas, mientras enseñan sus blancas dentaduras.

En las fotos que acompañan al texto se ven puentes magníficos, muy altos, con una casita en medio para vigilar el tráfico de los barcos que pasan por debajo. También se ve un barco de vapor en mitad de una ladera. Lo dejaron ahí las aguas de una crecida. Cuando el río vuelva a crecer se lo llevará y lo dejará en otro punto inverosímil.

En algunos tramos se ven misteriosas estatuas que normalmente están bajo las aguas y cuya misión es vigilar y apaciguar al dragón que yace en el fondo del río. Para distraerlo, un anciano chino que viaja en el barco lleva a cabo un rito propiciatorio en el que emplea un sapo al que ha encajado en la boca una moneda que el animal no puede ni escupir ni tragar. 

1 comentario:

  1. El libro se me antoja tan maravilloso y -para mí- tan desconocido, que no sé si se trata de una obra real o de una fabulación de Emilio. ¡Parece tan propia de él...!

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