miércoles, 13 de junio de 2012

Cartas de España, de Prosper Merimée




No creo que Merimée (París, 1803-Cannes, 1870) necesite presentación.  Tampoco soy yo el más adecuado para hacerla. Solo conozco algunos de sus libros. En la antigua Austral había una preciosa colección de cuentos que incluía, entre otros, “Lokis”, una historia vampírica sobre un hombre oso, “Mateo Falcone”, la tremenda historia de un padre inflexible con su hijo traidor, y creo que “Tamango”, una espléndida novelita de aventuras sobre el tráfico de esclavos. También leí hace tiempo su novela más famosa, Carmen. Pocos personajes femeninos hay en la literatura con tanta fuerza, tan reales y tan atractivos. Para mi gusto, mucho más que toda esa familia de pánfilas, Anita Ozores, Emma Bovary, Ana Karenina, Effie Briest... La prosa de Merimée es más que limpia, diáfana, sin retórica, muy moderna.

De estas cartas, unas son mejores que otras, claro, pero todas son interesantes. Además ve todo lo español con simpatía y en la comparación con lo francés casi siempre salimos ganando. Dice, por ejemplo: "el pueblo no rechaza a los presos, como hace en Francia. Porque en Francia, todo hombre que ha estado en galeras es porque ha robado o ha hecho una cosa peor; en España, por el contrario, personas honradísimas han sido condenadas en diferentes épocas a pasar allí su vida por no haber tenido iguales opiniones que sus gobernantes". Elogia al pueblo llano: “es de carácter singular e inteligente, con gracia, lleno de imaginación y las clases más altas me parecen por debajo de los clientes de los cafetines (...) Me parece que un zapatero español puede servir para las funciones más elevadas mientras un grande puede como mucho ser un buen torero”.

Una de las cartas es sobre los toros. Es muy actual, porque se plantea el asunto de toros sí o no. Él da unos argumentos buenísimos, que hoy nadie da. Dice que es un espectáculo horrible, sangriento, cruel, pero que en cuanto asistes a una corrida, ya no quieres perderte la siguiente. Este tipo de argumentos ilógicos, pero profundamente humanos, hoy no los esgrime nadie. Y quizá son los únicos que valen. Cuenta que a San Agustín le horrorizaban los combates de gladiadores. Que nunca había visto uno y que un día fue con un amigo, con la intención de tener tapados los ojos durante todo el espectáculo. Y así lo hizo, hasta que los gritos de la multitud al ser herido uno de los gladiadores más famosos del momento le hicieron apartar las manos, y ya no volvió a taparse los ojos. Hasta su conversión al cristianismo fue uno de los aficionados más furiosos a los combates de gladiadores.

Otra de las cartas habla de las brujas y salen tres leyendas urbanas de la época, o sea historias que alguien cuenta como ocurridas a un conocido suyo, pero que claramente son leyendas. Una, por ejemplo, es de un tipo que se esconde en su propio barco cuando ve que se lo llevan las brujas, que navegan muy velozmente y atracan en una playa, en la que están un tiempo bailando. El tipo no sabe dónde están y arranca  unos juncos de la orilla. A la vuelta alguien le dirá que son propios y exclusivos de América. Para dar más verosimilitud a la historia, el campesino que cuenta la historia, cuando Merimée dice que en Francia las brujas viajan en escoba, se echa a reír, no se lo cree.

En otra carta cuenta su visita al museo del Prado (dice que al museo del Louvre iba mucha gente a refugiarse del tiempo exterior y que metían en el museo tanto polvo en los zapatos y en la ropa que parecía que se estaba en la calle). Hace una defensa de Velázquez absolutamente daliniana.

En otra asiste a una ejecución y es muy curioso cómo defiende las ejecuciones españolas (por la pompa que las rodea, que distraen al infeliz en sus últimos momentos) frente a las francesas, más irrespetuosas, digamos. 

1 comentario:

  1. Gracias, Emilio. Ya me lo apunto. Con la obsesión que tengo por las cartas... Y me ha gustado eso de "esa familia de pánfilas" para comparar con la Carmen de Merimée.

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