miércoles, 8 de febrero de 2012

Poetas que vale la pena conocer: Eduardo Lizalde


Escritor mexicano. Nacido en la ciudad de México, estudió Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Dirigió la Casa del Lago y la emisora Radio Universidad, organismos culturales de la UNAM. Colaboró en numerosas revistas y diarios mexicanos, además de fundar dos suplementos culturales. Con Enrique González Rojo y Marco Antonio Montes de Oca creó el grupo del poeticismo, de breve duración. Más tarde desarrolló una poética personal, profundamente irónica y aparentemente coloquial, que lo acercó a otros dos poetas de su generación llegados a postulados parecidos por caminos distintos: Gerardo Deniz y Gabriel Zaid. Sus poemas desarrollan anécdotas, “tabernarias o eróticas”, en las que el poeta es el personaje principal y los hechos afirmaciones crudas de la vida real. Cercanos al aforismo, el peso poético se logra gracias al ritmo, al desenvolvimiento de la anécdota y a las astutas metáforas, muchas de ellas bajo el emblema del tigre. Sus libros principales son: La mala hora (1956), Cada cosa es Babel (1966), El tigre en la casa (Premio Xavier Villaurrutia 1970), La zorra enferma (1974), Caza mayor (1979), Tabernarios y eróticos (1989), Rosas (1994) y Otros tigres (1995). En 1988 recibió el Premio Nacional de Literatura y en 2002 el Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde. Actualmente dirige la Biblioteca de México.

EL PODER DE LA PALABRA.


  FRAGMENTO DEL POEMA:

 EL TIGRE EN LA CASA (1970)

I. Retrato hablado de la fiera
2

EL TIGRE
Hay un tigre en la casa
que desgarra por dentro al que lo mira.
Y sólo tiene zarpas para el que lo espía,
y sólo puede herir por dentro,
y es enorme:
más largo y más pesado
que otros gatos gordos
y carniceros pestíferos
de su especie,
y pierde la cabeza con facilidad,
huele la sangre aun a través del vidrio,
percibe el miedo desde la cocina
y a pesar de las puertas más robustas.
Suele crecer de noche:
coloca su cabeza de tiranosaurio
en una cama
y el hocico le cuelga
más allá de las colchas.
Su lomo, entonces, se aprieta en el pasillo,
de muro a muro,
y sólo alcanzo el baño a rastras, contra el techo,
como a través de un túnel
de lodo y miel.
No miro nunca la colmena solar,
los renegridos panales del crimen
de sus ojos,
los crisoles de saliva emponzoñada
de sus fauces.
Ni siquiera lo huelo,
para que no me mate.
Pero sé claramente
que hay un inmenso tigre encerrado
en todo esto.


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